No volvieron a pasarse por aquí


24/09/19. Por Víctor David López. No hace ni veinte minutos que me he jubilado oficialmente y ya estamos otra vez con estas, ¡os lo he contado cuarenta veces, caramba! Lo sabe toda la ciudad, yo creo. ¿Pero por qué iba yo a inventarme una cosa así? Que no, que no soy sonámbulo, ni había bebido. Nunca lo hice estando de servicio. ¡En mi vida! Me vais a hacer contarlo otra vez, total, ya soy todo un jubilado, ¿qué necesidad tengo de mentir? No, no, cafecito, Jose, que no son horas, ¡cómo me conoces! Gracias, gracias. Sí, claro, yo voy a seguir viniendo. ¿Algo de champán tenéis? ¡Es broma, no jodas! Otro día, por la tarde. Cafecito. Bueno, espera, ponme un chocolate con churros. ¿Vosotros qué vais a tomar? Venga pues cinco chocolates. Me habéis convencido, cabrones. El partido de cuando volvimos a la ACB, ¡y yo pálido! Lo resumo, pero desde el principio. La lesión era en la espalda, abajo, en los lumbares. No se operó porque no podía permitirse –tampoco el club– estar tres o cuatro meses en cama. Aguantó. Así que llegaba al pabellón ya medio cojeando, y salía de aquí arrastrándose, todos los días. Me dolía hasta a mí. Pero aguantó. A las nueve en punto, en la puerta A, nos dábamos un besito. Ella se iba y yo llegaba, la vida nos vino así.

Reme, que por cierto me ha dicho que a lo mejor se pasa por aquí ahora a desayunar con nosotros, y a celebrar, limpiaba las instalaciones del club aquí en Pisuerga, todas las tardes, de cuatro a nueve. Cómo le dolía la espalda a la pobre. Y aquí mismo nos conocimos, hace mil años, aquí en la grada, no es coña, lo acababan de inaugurar, echad cuentas, y con partidazo de Quino Salvo. Yo no he visto una cosa igual que ese tío, qué corazón interminable. Bueno, cuando digo que nos conocimos... Me hizo un hueco para dejarme pasar y le di las gracias. Esa fue la escena. Punto. Estábamos en la misma fila de la tribuna, yo tres sitios más para allá, éramos abonados los dos. Toda la temporada me costó presentarme en condiciones e invitarla a tomar algo. Y hasta hoy. Que sí, hombre, que sí, que fui yo el que tomó la iniciativa. ¡Pero qué cabrones sois! Buenos años de baloncesto aquellos, y Quino para arriba y para abajo. Fíjate que por aquel entonces uno venía por el puente y ya se veía feo el pabellón desde afuera. ¡Y era nuevo! Siempre ha sido más bonito por dentro que por fuera, y desde siempre ha tenido goteras. ¡Pero es que desde siempre! Yo no sé cómo se las apañaron. Colocaban cubos que se iban llenando sin remedio.

El día que debutó Lalo le dije a Reme que por qué no nos íbamos a vivir juntos. Casi se cae del asiento. Ganamos fácil, más difícil fue convencerla. Que si su madre, que si su padre, que si su hermana. El caso es que ganamos fácil. Yo ya trabajaba en la empresa, pero por aquel entonces estaba en los talleres de Renfe persiguiendo a los que hacían grafitis. Gimnasio gratis, chaval, ¡menudas carreras! Yo estaba para el primer equipo, estaba a tope. Cuando alquilamos el piso, ahí en La Rubia, joder, éramos felices. Esos también fueron buenos años. Aún teníamos fuerza, no habíamos pisado ni una consulta médica. No nos sobraban ni quinientas pesetas al final de mes, eh, pero no importaba. Y continuamos viniendo aquí religiosamente cada dos sábados, siempre con nuestros abonos, y con los amigos, que también seguían viniendo. Luego Lalo, pues ya sabéis, fue subiendo, fue subiendo... y capitán. Hay que joderse, qué leal y qué nuestro. Se podía haber ido a otro lado a ganar más pasta, pero aquí se quedó.

Y es que luego vino aquella época de jugadorazos que quitaban el hipo. ¡Nos retransmitían partidos por la tele, con eso os lo digo todo! Bueno, claro, los lituanos los primeros, menudos eran. Pero no solo esos, no, no, no solo esos, yo estaba ahí dentro sentado el día que debutó Mike Schlegel. ¡Agárrate con Schlegel! ¡Esa muñeca en suspensión! Aquello era un festival. Una noche, en un partido entre semana, me traje reservadas dos emociones fuertes para Reme, y se las solté ahí adentro, en nuestras butacas, en el descanso de un partido de Copa Korac. La primera, que la empresa me trasladaba, y me tocaba hacer las noches a partir de entonces aquí en el pabellón, manda huevos. Como subcontrata para el club. De nueve a seis. Como hasta ahora. Como hasta hace un rato. Yo ya estaba acostumbrado a las madrugadas, y puestos a vigilar, mejor vigilar nuestro campo. La otra cosa que le solté fue lo de casarnos. Así, a traición. Casi se me desmaya. Estaba comenzando el segundo tiempo cuando me dijo que sí. Se hizo de rogar la tía. ¡Y Schlegel venga a meterlas!

No, se empezó a joder todo después, espera, espera un poco. ¡Alcánzame las servilletas, por favor! No, lo que pasa es que me enteré de que el club necesitaba aquí en las oficinas varias personas para administración y también a personal de limpieza, pero yo realmente no conocía a nadie del club, así de tú a tú. Cuando llegaba al pabellón ya no me cruzaba con nadie. Se lo dije a Reme y se apuntó por su cuenta, les mandó el curriculum y eso. No entró para las plazas de administrativa, pero consiguió una de esas plazas de limpiadora. Pues de puta madre, pensamos, porque, no os creáis, ya empezábamos a estar de deudas hasta arriba, con lo de la casa –porque nos habíamos metido en una casa–, el coche, que si un préstamo para esto y para lo otro. No nos llegaba. Salíamos para venir al partido los sábados por la tarde y poco más. Olvídate de cenar por ahí, olvídate. ¿Ir al cine? Sí, al cine de las sábanas blancas, no te jode. Eso sí, aquí en Pisuerga lo dábamos todo. Bueno, era la época de Sergio Luyk y todo eso, que aquí jugó bien. Sí, hombre sí, Luyk lo hizo bien por aquí, con garra y sobrado de técnica. Pero estábamos machacados. Ir al cine, dice. Ella entraba a las cuatro y salía a las nueve. Fijaos qué plan. Y a las nueve entraba yo. Besito en la puerta A, ya sabéis, y ella a casa y yo aquí a dar vueltas como un loco con la linterna. Luego yo llegaba a la cama directo, y toda la mañana durmiendo. Me dejaba la comida hecha y a seguir. ¿Eso es plan? Bueno, pues íbamos tirando. Yo sí, yo me tomo algo más, otro chocolate. ¡Tres cafés y dos chocolates, jefe!

Qué vida esta. Y la verdad es que no nos damos cuenta de lo que hemos visto por aquí. Empiezas a enumerar jugadores que han pasado por el Fórum y alucinas. Más allá de las grandes estrellas, que nos las sabemos todos, por aquí ha habido gente muy buena, ¡el brasileño ese y to la hostia! Y ambientazos memorables, y noches europeas. Reme, que ha salido a mí y ya se conocía las estrategias, me la lió una tarde en un tiempo muerto. Le estaba echando una bronca escandalosa Wayne Brabender a Dyron Nix, y me lanzó de golpe lo del embarazo. Se me empezaron a formar dos lagrimones de estos que te nublan la vista, nos agarramos las manos. Luego, pensándolo fríamente, era bastante jaleo, pero tiramos para adelante. Puto genio Nix, mucha clase, enorme, ¡vaya mates! Pero para enorme, lo del niño, gigantesco más bien, menudo lío. Te lo dan además sin manual de instrucciones, ahí te busques tú la vida. Creo que los dolores de Reme comenzaron por aquella época.

A partir de ahí ya llegaron todas esas desgracias, en cadena, de todo tipo. Y no pudimos hacer nada. Lo de Lalo, me cago en la puta, el día que el agua del río empezó a bajar morada. Era nuestro capitán, joder. Era nuestro capitán. Y lo de Quino. Bueno, lo de todos. Yo sentí mucho lo de todos. Me partió el alma lo de todos. Y luego todo lo nuestro, de médicos siempre, hasta arriba de deudas, tíos, pero hasta arriba. No, claro, cuando todos estos se fueron a la calle, nos podía haber tocado a alguno de nosotros, ¿o qué os creéis? Aguantamos de milagro. Yo me salvé por ir tirando aquí con lo de la subcontrata, más o menos, que daba algo de aire a la empresa. ¿Pero a cambio de qué? Nos hemos dejado la piel aquí a mitad de precio. Nos hemos deslomado. Y lo del club pues ya sabéis. Que el equipo de baloncesto de la ciudad, con lo que ha sido, llegara hasta ese punto, es para que se le ponga la cara colorada a más de un dirigente y a más de un político. No se me va de la cabeza la noche de Il Messaggero de Roma, ¿qué fue de todo aquello? Había gente colgada hasta del techo ahí adentro, ¡y los que se quedaron fuera! ¡La tele y to la hostia! Y faltaron solo unos puntitos para darlo la vuelta. ¡Un Mundial sub-23 he visto yo ahí adentro, un Mundial sub-23! Así que Reme y yo jodidos por todos los lados, y el niño comiendo que no veas, que comía como una lima. ¡Y tristes, coño! Es que estábamos todo el puto día tristes. Que todos estos se fueron a la calle pero yo me quedé aquí medio en el alero, bueno, como todos vosotros. Y Reme con los lumbares destrozados y sin saber si ese mes tocaba cobrar o no. ¡Igual que los jugadores! Y había que hacer un esfuerzo extra para seguir sacando ganas de venir a ver los partidos. No había ganas pero veníamos. Y perdíamos casi siempre. Entonces ya perdíamos casi siempre. Y en LEB Plata, que es dura de cojones.

Nos veíamos los dos en la puta calle, con más de media hipoteca por pagar todavía. Cualquier día salimos en el telediario, le decía yo a Reme. Y ella me decía: calla, anda, calla, no digas eso. Y el club intentando llegar a acuerdos con patrocinadores, españoles, extranjeros, lo que fuera, ¿pero a quién le iba a interesar esto? Pero que ya lo sé, eso ya lo sé yo, pero nos interesa a nosotros, no a un tío que venga aquí con la pasta por delante y diga “toma, pa vosotros”. Joder, que ha pasado por aquí casi una selección NBA, macho, ¡que hemos sido un equipazo, coño! Y la empresa, pues era cuando se puso a buscar inversores por todas partes, para ampliar capital, decían. ¿Y qué significaba eso? Pues no teníamos ni puta idea pero parecía que con eso nos salvaríamos. ¡Y yo qué sé lo que significa ampliación de capital! Buscar alguna otra empresa más grande que nos comprara y respetara los contratos de mierda que teníamos, o algo así. Era eso, que llegara la suerte por duplicado, o los dos a la cola del paro con cincuenta y tantos años. Y a ver quién te contrata con cincuenta y tantos años. Y a ver qué haces cuando te quiten la casa. Ya visteis cómo acabaron estos. Yo veo a alguno a veces por el barrio y se me cae el alma a los pies.


Sí, bueno, los ruidos, los ruidos, los famosos ruidos. ¡Ponme un vasito agua, Jose, que se me seca la voz! Jose ya se lo sabe esto, se lo he contado no sé cuántas veces a él también. Conseguimos llegar a LEB Oro pero no había manera de subir. Cuando esa noche nos besamos a las nueve aquí en la puerta... yo a Reme la noté rara. Le pregunto que si se encuentra bien, se sienta ahí en los escalones de las taquillas. Me dice que hace como media hora que ha sentido algo raro, una especie de vahído, y que no sabe por qué. Había comido bien, merendado bien, vamos, como siempre, poco pero bien. Su ensaladita, su frutita. Yo, claro, me meto para adentro ya con el corazón encogido. Le acompañó a casa una compañera, por si acaso. No sé, estábamos todos muy nerviosos esos días, lógicamente, era el último partido, el definitivo, y la verdad es que eran mejores, y nosotros llegábamos en cuadro, tres o cuatro lesionados, un puto desastre. Sin patrocinador, improvisando sobre la marcha, con el presi ya con muy poca batería para seguir al frente, estaba fundido, y todos nosotros deshidratados. Al final, nos jugábamos todo a una carta. 

En mi vida he sentido miedo yo aquí en el pabellón por la noche, ¡si esto es todo paz! Qué os voy a decir que no sepáis. Pues aquella vez os juro que me estremecí. Poco antes de la una de la madrugada escuché los primeros crujidos en el suelo. Provenían de los tramos de escaleras de uno de los fondos del graderío. Del fondo norte. Por allí, como mucho, de vez en cuando un aleteo de algún pájaro atrapado y poco más. Desde las diez de la noche ya sabéis que por aquí no hay nadie. Pensé que se había colado alguien para hacer el gilipollas, o algún drogata. A mí nunca me había pasado pero bueno, a uno de vosotros creo que alguna vez se os coló no sé quién para dormir la mona.

Voy para allá con la linterna, subo, bajo, y nada. Ya no se escucha nada. Hago la ronda y cuando estoy en la oficina, es decir, en la otra punta, escucho otra vez los ruidos. Eran pasos sobre el cemento. Era ese leve crujido, yo tengo un oído de la hostia. Ahí ya estuve seguro, y, claro, me acojoné de verdad. Pero al llegar allí, nada. A la hora de la siguiente ronda ya es cuando me doy cuenta de que alguien había entrado en el vestuario local. ¡Menudo marrón, colegas! Yo no sabía por dónde se había podido colar alguien, estaba todo cerrado y bien cerrado, como siempre. Revisé todo, y el caso es que la mayoría de las cosas seguían en su sitio. Parece que solo habían estado trasteando con la pizarra, que estaba llena de flechas y garabatos. Recoloqué los rotuladores, medio temblando, mientras me fijaba en las pintadas.

En estas vuelvo a escuchar ruido de pasos, me giro rápidamente, y los veo escapar, eran varias personas, no podría asegurar cuántas. No me dio tiempo. Os juro, tíos, que tengo oído fino y que les seguí el rastro por todo el pabellón, pero nada. ¿Que qué hice luego? ¿Que qué hice? Me lo callé, por supuesto. Era lo que me faltaba a mí ya, ¡que me abrieran expediente en la empresa o algo! Revisé de nuevo a fondo por si habían tocado algo más, por si había desaparecido algo. Parecía que no, así que me lo callé como un perro. No se lo dije ni a Reme, y eso que a Reme yo siempre le cuento todo.

La mañana siguiente, horas antes del partido, no dormí, aguanté en casa despierto, ni pisé la cama. Estaba pendiente de las noticias, con la radio a todas partes, por si acaso decían algo, yo qué sé. Pero solo hablaban del partido. Las seis era la hora señalada. Nos jugábamos mucho. Nos jugábamos bastante. En realidad, nos jugábamos casi todo. Estaba yo ya angustiado de tantas veces ver llorar a Reme. Por el futuro.

De ahí en adelante lo sucedido entró en los libros de historia, como bien sabéis. El partido más igualado que yo recuerdo, incluidas dos prórrogas. Qué tensión tuvieron que soportar esos chavales, hasta el último segundo. ¡Eso no lo aguanta cualquiera! ¡Y qué última jugada! Esa última jugada ni la habíamos visto en la vida, ni ninguno de nosotros se lo hubiera imaginado. Estábamos guapísimos de regreso a la ACB, de donde nunca debimos salir. Además, Tornadijo y Carlos Raúl no tardaron en confirmar en Ser Deportivos que ya había patrocinador nuevo, que todo viento en popa, y hasta hoy. Reme, la pobre, pudo tomarse con un poco más de calma lo de la espalda.

Pero lo cierto es que entre tanto jolgorio nadie se dio cuenta de un pequeño detalle aquella tarde, tras esa última jugada eterna. Un pequeño detalle que también oculté a Reme entonces, y eso que yo a Reme nunca le oculto nada. Mientras todos saltaban yo me quedé observando fijamente nuestro banquillo. Allí, apoyada en una silla, junto a una toalla sudada y una botella de agua vacía, descansaba la pizarra del entrenador. En ella continuaban plasmados, para la posteridad, los movimientos que nos habían llevado a la gloria en el ataque definitivo, copia exacta de las flechas y garabatos que alguien dejó en el vestuario la noche de autos.

Y ya el remate final, voy, voy con el remate final, os encanta, cabrones. Lo de por la noche. Porque acabó el partido, se iba todo el mundo alborotando por el puente, y yo me tuve que quedar por aquí, haciendo tiempo hasta las nueve, porque volvía a entrar al lugar de los hechos. Estuve con los ojos como platos, del tirón, no me hizo falta ni café. No puse ni la radio, no me senté ni en la silla. Estuve como una lechuza desde el principio hasta el final. Esta vez, todo era tranquilidad, como debe ser, como ha sido siempre, pero con restos de la fiesta previa. Solo se oía el zumbido ese del silencio, a veces, ¿no os ha pasao? Un silencio que abrumaba. Lo que ocurrió no fue que escuchara algo en particular, así de repente, sino que sentí yo también un pequeño vahído, no sé, un malestar. Me tuve que sujetar un segundo a una de las barandillas de la grada, ahí a la altura de los portones principales. No escuché nada pero sentí algo, tíos. Un cansancio, de repente. Aunque acababa de hacer la ronda, bajé otra vez a la zona de vestuarios, como que lo necesitaba. Necesitaba bajar otra vez a nuestro vestuario. Y para allá que fui, despacito, escalón a escalón. 

Lo primero que vi ya me dejó tenso: la puerta estaba abierta. Yo tenía claro que había dejado todo cerrado y bien cerrado. Fue en ese momento cuando les vi otra vez, en la lejanía. Estaban ya girando por el túnel que lleva a la pista, eran cinco. Eran como cinco grandes sombras, entrando a la pista. ¡Mira, Reme! ¡Aquí! Joder, cómo se ha puesto esto, tú, cómo se nota que hace bueno ya, ¡o que hay mucho jubilado! Guapa, dame un beso, ¡que estos no se creen que fui yo el que te invitó a salir! No, no les pude ver bien de cerca. Corrí tras ellos pero cuando llegué al parqué se habían esfumado. No volvieron a pasarse por aquí. ¿Chocolate con churros, guapa? ¡Otro chocolate, Jose, y me dices qué te debo!



Comentarios

Entradas populares