Cosas más importantes que contar


17/04/20. Por Víctor David López. 

Una noche, hace unos días, me quedé esperando el pronunciamiento del presidente Jair Bolsonaro para rematar mi último artículo para Público. Tenía que enviarlo a la redacción de madrugada, y perfectamente actualizado. Lo estuve escuchando con atención, como hago siempre –a veces no es fácil–, tomando notas directamente sobre el texto que tenía casi terminado. 

He pensado esto largo y tendido, y lo tengo decidido: yo ya paro de perder mi tiempo desmintiendo falsedades y bulos todo el rato, y dando publicidad a todo tipo de barbaridades y a sus inventores. Se me vinieron a la cabeza todos estos artículos innecesarios en periódicos de todo el mundo, y todos esos reportajes inservibles en televisión, orientados únicamente a desenmascarar falsedades. Una y otra vez. Decidí borrar lo que había escrito sobre el pronunciamiento de Bolsonaro e ignorar su intervención. Para mí, no había existido. Nada incluí sobre sus palabras en el artículo.

El presidente había vuelto a mentir, ante toda la nación, en horario de máxima audiencia. Esta vez, como ya había hecho por la mañana con gran repercusión en los medios brasileños, tergiversaba las declaraciones del director de la Organización Mundial de la Salud, para hacer creer a sus fieles seguidores que ambos opinaban lo mismo en las estrategias de combate a la pandemia del Covid-19. Ya hemos llegado a la fase de consumir “fake news” en vivo y en directo, en tiempo real, sin rubor. Posiblemente engañe a muchos, a miles, a cientos de miles de sus más acérrimos votantes, pero yo, como periodista, como corresponsal freelance en Brasil, tengo cosas más importantes que contar. Me acordé de un documentario que vi sobre los terraplanistas. Uno de sus principales argumentos era que si realmente estuvieran equivocados, la ciencia ya habría salido a desmentirles. Y las asociaciones científicas explicaban que, claro, ellos no pueden dedicar toda su jornada laboral a desmentir a los terraplanistas, porque entonces no harían otra cosa.

Últimamente tengo la sensación de que los medios de comunicación gastan gran parte de su tiempo o de sus páginas en desmentir falsedades que tipos como Bolsonaro (o como Trump, o como Vox; no les comparo ideológicamente, sino en su faceta de mentiras andantes) se dedican a ir soltando a un ritmo apabullante. Es imposible seguirles la pista, no da tiempo de desmentir todo. Es mucha mentira. Y una mentira, antes, era solo una mentira. Como mucho podría convertirse en una enorme mentira, incluso en un bulo gigante. Ahora, en la época de las redes sociales y la mensajería instantánea, una mentira se convierte en millones de mentiras, se transforma en algo interminable.

Yo, como periodista, como corresponsal freelance, necesitaría varios párrafos en cada artículo, o reportajes enteros, para ir desmantelando de la cabeza a los pies cada falsedad de Bolsonaro. No podría dedicarme a nada más. Ni podría investigar ni profundizar en ningún asunto más. Lo digo con conocimiento de causa, ya que muchas veces he sido incapaz de evitarlo. Recuerdo una vez que, indignado ya por tanta desvergüenza, comencé a preparar un texto sobre todas las mentiras, una por una, que Bolsonaro había lanzado en su discurso en la sede de Naciones Unidas. ¡En la sede de Naciones Unidas! Me salía un buen decálogo. Su discurso fue una sucesión de falsedades encadenadas. No era nada nuevo: ha llegado a donde ha llegado básicamente así. Por fortuna, finalmente acabé abandonando esa idea. Hubiera sido perder el tiempo.

Nadie convence a nadie en la época de las redes sociales y la mensajería instantánea. De lo único que sirve la prensa, en estos casos, es de altavoz de las mentiras, de propaganda gratuita para las falsedades, de amplificador del odio. Y yo no quiero amplificar el odio.

Hace tiempo levantó cierta controversia un reportaje en El País Semanal sobre cómo eran los votantes de Vox. Entrevistaban a siete u ocho ciudadanos, bien diferentes entre sí, que contaban sus preocupaciones, sus inquietudes y su admiración por los de Santiago Abascal. Los más críticos acusaron a El País de estar blanqueando a la ultraderecha. Este caso, desde mi humilde opinión, es algo diferente. Me parece interesante un reportaje de ese tipo, ayuda a entender mejor la situación. Ayuda a comprender que, en España, como en Brasil con Bolsonaro, a mucha gente le ilusiona la existencia de Vox. Claro que hay que hacer reportajes de ese tipo.

Lo que nunca se debería haber hecho –ahora ya no tiene remedio, pero habría que intentar que no vuelva a suceder– es seguir en los medios de comunicación la pauta marcada por la ultraderecha, tanto en España como en Brasil, seguir su agenda y utilizar su idioma. Los medios de comunicación brasileños y españoles allanaron, algunos sin querer, el camino a la ultraderecha. Por noticiar como se suele noticiar el tema de la inmigración, por noticiar como se suele noticiar la violencia urbana o el terrorismo nacional e internacional, por contar como se suele contar el machismo, el racismo, o los nacionalismos, por contar como se suele contar la corrupción política, las huelgas de los trabajadores, las privatizaciones, el desmantelamiento de lo público; y por no detenerse en otras miles de informaciones que harían de este mundo un lugar mejor, y nos transformaría en ciudadanos más completos. ¿Dónde está la cultura en los informativos brasileños y españoles? ¿Dónde está la ciencia? ¿Dónde está el medioambiente? ¿Dónde se explican los trabajos de centenares y centenares de organizaciones de la sociedad civil? ¿Dónde están los derechos humanos en el telediario? Hemos estado sembrando el campo a la ultraderecha. Ellos, ahora, solo han tenido que recoger sus frutos.

Hace poco también observaba apavorado otro ejemplo de lo que intento transmitir. La exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, se veía obligada a salir a desmentir una mentira de un indocumentado. La calumnia era ofensiva, teniendo en cuenta la época de pandemia en la que vivimos. Manuela tuvo que utilizar las redes sociales y la radio para desmontar la falsedad. Los medios de comunicación lo noticiaron con detalle, dando publicidad al mentiroso. De nada sirve: los que odian a Manuela –sí, hay quien la odia, ellos sabrán por qué–, o a la izquierda en general, no se habrán creído el desmentido, y se quedarán con la versión del mentiroso. La usarán durante años. Es más, durante el tiempo empleado por los medios de comunicación en publicar la falsedad y el desmentido de la falsedad, habrán estado naciendo unas cuantas mentiras más, que ya habrán sido pertinentemente propagadas a los cuatro vientos. No se puede seguir el ritmo, no vale la pena, no debería ser el trabajo de los medios de comunicación. La mentira no puede marcar la agenda, ni decirnos lo que tenemos que publicar. Hay históricas noticias falsas en Brasil que siguen siendo usadas por Bolsonaro y su ultraderecha hoy en día, y que han sido desmentidas sin cesar durante el último lustro.

Mi minúsculo granito de arena, aquella noche, fue informar de cómo se empequeñece Bolsonaro por momentos –sigue a remolque de las decisiones del Congreso Nacional, del Poder Judicial, de la sociedad civil y de su ministro de sanidad– sin mencionar sus últimas falsedades, su más reciente pronunciamiento mentiroso. Si pude hacerlo yo, podemos hacerlo todos. 

Bolsonaro habla para los medios un ratito cada día a la puerta de su residencia oficial, el Palacio de la Alvorada. Habla de lo que quiere, el tiempo que quiere, se va cuando quiere, no responde a alguna pregunta si no quiere. Lo que llamamos en España, periodísticamente, un canutazo. A su alrededor, siempre hay quince o veinte seguidores convenientemente colocados por sus asesores. Bolsonaro miente ante esos micrófonos y esas cámaras, lo hace a diario, insulta, menosprecia, mientras sus fans le ríen las gracias in situ, y posteriormente a través de las redes sociales. Los medios de comunicación corren a las redacciones para contarlo, para emitirlo, para inmortalizar los exabruptos del día. ¿Para qué? Es preferible dejarle hablando solo. Se puede hacer periodismo de otra manera. Se puede exigir al Gobierno de otra manera. Hay cosas más importantes que contar.

[Fotografía: Isac Nóbrega/ PR].

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