Encarna Hernández, pionera del baloncesto español: 100 años de ganchos
23/01/17. Por Víctor David López. En un portal normal y corriente
de la calle Consell de Cent, en Barcelona, descansan los recuerdos de toda una
generación de baloncestistas que abrieron el camino a todo lo que llegó
después. La superviviente, Encarna Hernández, nació en Lorca (Murcia) el 23 de
enero de 1917, pero lleva noventa años viviendo en la Ciudad Condal. Más de una
vida. A finales de los años veinte comenzó a lanzar a canasta, y ya no paró.
Su legado es inmenso, y lo tiene
casi todo apuntado en un cuaderno de notas. Desde hace cuatro años, además, se
ha olvidado de las arrugas y los achaques. El documental “La Niña del Gancho”,
de Raquel Barrera –imprescindible para comprender el deporte español y la lucha
de las mujeres a lo largo del siglo XX–, la ha rejuvenecido, asegura con sonrisa
agitada y punzante.
Las crónicas de la época dan
brillo, más si cabe, a esta sonrisa: “En el campo del Atlas Club, debutó el pasado
domingo el equipo femenino de dicha entidad en un encuentro contra un combinado
de la Sociedad Patria, realizando un interesante partido en el que pudieron
apreciarse bellas jugadas. Triunfó el equipo del Atlas Club, por 8 a 4,
integrándolo las señoritas: Lucas, C. Jordá (2 puntos), E. Hernández (4pts),
Serra y A. Jordá.” Pocos meses después, Encarna Hernández ya figuraba como máxima
anotadora del club en todas las categorías y secciones, por encima incluso de
los hombres, con 13,88 puntos por partido (año 1932).
¿Quién le enseñó a lanzar ese gancho que le hizo famosa?
Iniciativa propia. Ahora hay
mucha altura y mucha cosa, pero yo por aquel entonces me inventaba el juego.
Antes era diferente. Aprendí sola. Lo hacíamos solos. En un campo de al lado de
mi casa, mi novio [luego marido] y su hermano mayor marcaban el campo, como
podían, con cal. Todo muy primitivo, incluso la pelota.
¿Cómo era la pelota?
De cuero, muy dura, cosida a mano,
se notaban los cortes. Era como una de fútbol pero más grande.
¿Botaba bien?
Más o menos. Ahora hay todas las
facilidades del mundo.
El baloncesto le ayudó a hacer amigas, como su compañera Mery Morros.
Sí. Con el presidente Francesc
Macià se fundó el Club Femení i d´Esports de Barcelona. Mery Morros jugaba
allí. Yo la admiraba a ella y a todas. Hacían jabalina, esgrima, siempre ocho o
diez deportes. Yo las veía a todas y quería ser deportista. Un día, cuando yo
aún jugaba en el Atlas Club, jugamos contra ellas un partido, y las ganamos.
Luego el Club Femení se disolvió, y coincidimos todas en el Laietà. Eran
mayores que yo, querían que Mery fuera la capitana, pero el presidente del club
dijo que la capitana siempre había sido yo, y lo seguiría siendo. Quedamos
campeonas de Cataluña. [Laietà es el primer club de baloncesto de España. Allí
la entrenó Fernando Muscat –medalla de plata en el Europeo de Suiza en 1935–].
Liderando un equipo de estrellas.
E inventándome cosas. Yo no veía
ni a mi novio, ni a mi madre, solo veía la pelota. Me comparo siempre con Laia
Palau. Es mi doble. Está en todas partes. Porque la gente solo ve a la que hace
la canasta, igual que solo ve al que hace el gol. En el Madrid me gusta uno
pequeñito, Llull: ese me encanta. Es bajito, pequeñito. Me gusta más que Pau
Gasol. A mí Gasol no me gusta.
Con quince años, usted ya fundó y dirigió un equipo. ¿Cómo fue ese
proceso?
Fue en la Peña García. El hermano
de mi compañera Mercedes, que trabajaba conmigo –yo era modista– jugaba al
fútbol en esa Peña. Y yo fundé el equipo de baloncesto de allí y fui la primera
entrenadora. Por cierto, en esta casa de modistas, me permitían hacer “semana
inglesa” [jornada laboral de 8 horas de lunes a viernes, y 4h los sábados por
la mañana], que para poder jugar era perfecto. Me pagaban 12 pesetas a la
semana como modista.
Luego, tras pasar por la Sección Femenina, llegó junto a Mery Morros al
F.C. Barcelona.
Sí, nos llamaron a Mery Morros y
a mí. Pero en el Barça no quieren saber nada. En el Barça son unos gamberros y
unos machistas. No saben nada.
¿Qué pasó exactamente el día que visitó el Museo del Barça?
Un día llegué allí, cuando aún
iba con mi bastoncito. Me querían hacer pagar y les dije que mi amor propio no
me lo permitía. Les tuve que enseñar una foto antigua con la camiseta y todo. Dentro
del Museo solo vi una fotografía del primer equipo que yo entrené. Nada más. Cuando
salí me preguntaron que qué me había parecido y les dije: pues nada, que el
museo lo tengo yo en mi casa.
A usted le pilló la guerra con diecinueve años. ¿Qué sucedió entonces
con el baloncesto?
Nada, seguimos jugando. Partidos
de exhibición, primero para las milicias y luego para la Falange, cuando ya
había llegado Franco. Recuerdo un partido en el Frontón Fiesta Alegre de Madrid
con tres prórrogas, cuando era presidente de la Federación el señor Cabrera
[Ángel Cabrera, fundador de la Confederación Española de Basketball], con
Anselmo López, que era vicepresidente, e íntimo amigo mío y de mi marido.
¿Qué diferencia fundamental ve entre aquellos partidos y los que ahora
sigue por televisión?
Yo por aquel entonces salía e
improvisaba. Hacía lo que me daba la gana. Aunque el entrenador te dijera lo
que había que hacer, había que improvisar por lo que te encontrabas. Hacía lo
que me daba la gana pero me salía muy bien. El entrenador a veces me decía
cosas, y yo le respondía: pues mira no me ha salido.
¿Había trabajo táctico?
Yo jugaba de mediocentro. Había
defensas, delanteras. Alguna jugada ensayada sí teníamos. Sobre todo con Mery
Morros. Algún campeonato lo ganamos ella y yo solas. Me gustaba la gente ágil,
rápida. No me gusta la gente patosa. Eduardo Kucharski era un buen jugador,
pero hay que ser más ágil. Marcelino Maneja hacía una cosa muy bonita, que yo
lo llamaba el doble salto, y que yo también hacía. Era saltar al aire, y en el
aire aguantar y tirar. Solo lo hacíamos Maneja y yo.
Inventando el lanzamiento en suspensión.
Sí. Y el tiro libre, que por
aquel entonces lo llamábamos penalti, lo lanzábamos con efecto, para que al
tocar el tablero se metiera adentro.
¿Y estos penaltis los tiraban de cuchara o como ahora?
Así [gesto de lanzar de cuchara]
y con efecto, para que la pelota cayera dentro.
¿Cómo eran los entrenamientos en su época?
El entrenador era como yo, uno
más. Nos decía tira por aquí, por allá. Pero con una sola pelota, ahora tienen
cinco o seis, que está muy bien. Uno tiran y otros la recogen. Yo lo veo todo.
Nosotras entrenábamos, saltábamos, lanzábamos, hacíamos el caballito. El
gancho, por ejemplo, lo hacía saltando a la vez con agilidad. También solíamos
tirar de palangana [hace un gesto mezcla de medio gancho y bandeja]. Tirábamos
de cualquier manera y desde cualquier sitio.
Encarna Hernández
va revisitando los momentos con la ilusión de la primera vez. Con las mismas
ganas de la joven y espabilada lorquina –su padre tenía un casino y ella
imitaba todo– que coincidió en espacio y tiempo con la flor y nata del deporte
catalán: Jaume Cruells, Carme y Enriqueta Soriano, Conchita Torres, Aurora
Jordá, Carme Sugrañes, Antoñita Jerez, Conchita Mirapeix, Angelina Tubau, Carme
Pascó, y, cómo no, su hermana, Maruja Hernández, entre otros.
Al dictado de las palabras de la Niña
del Gancho, mientras tararea el “Gracias a la vida” de Violeta Parra, se
preserva la memoria del baloncesto español. Aquella misma niña que con veintisiete
años recibió la inolvidable carta del F.C. Barcelona –que la fichó y ahora no sabe valorar
a esta superviviente– en la cual le solicitaban que se personara en las
oficinas “para tratar un asunto de importancia”. Pasaba todo tan rápido que
parecía estar dibujando garabatos en su cuaderno de notas, pero no, estaba
escribiendo la historia de nuestro deporte.
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